viernes, 8 de abril de 2011


Son esas cosas que nadie ha de saber las que más me unen a ti. Tu escurridiza indiferencia hacia las cosas importantes te implica en las más reales y honorables batallas. Guerrillera de papel y tinta, de voz y boca, de asfalto y cenicero. No me mires así, no sé de qué te sorprendes.
Porque la tinta de todos los bolis acaban por derramarse en tus manos, y tus dedos amasan palabras nacidas para devorar. Qué poco te importa lo que pudo haber sido y cuánto te preocupa lo que aún queda por hacer. Callas e invitas a la conversación. Insisto, no sé de qué te sorprendes.
Que me paso la vida describiendo, que vivo cautivo de la adjetivación, que me aferro a unos zapatos viejos, a alergias caducas, prudencia que no produce. Me invitas, me tientas, a la intensidad verbal, al querer decir sin decir nada, a la automedicación preventiva, a la sorpresa de la biyectibidad.
“Que tengas un buen día”. Acepto el reto.